Cuidado con la censura a las plataformas de interacción * Los medios sociales también pueden destruir a esos ídolos con pies de barro; baste ver el desprestigio público que ha adquirido en el ciberespacio el expresidente tabasqueño
OCTAVIO CAMPOS ORTIZ
No soy partidario del determinismo de la comunicación, aunque durante la Primavera Árabe se les atribuyó a las redes sociales el derrocamiento de los gobiernos de Túnez, Egipto, Libia, Yemen y Siria (2010-2012) y disturbios en Bahréin, Jordania, Argelia, Irak y Sudán, más aún se le llamó la primera revolución del smartphone.
La generación Z, en Nepal, protestó por la prohibición de los medios sociales como Facebook, Instagram, WhatsApp, YouTube y X, y su movilización logró la dimisión del primer ministro y provocó incendios en el Parlamento y otros edificios públicos, incluso quemaron la casa del gobernante depuesto.
La revuelta tuvo un saldo de más de treinta muertos y cientos de heridos, además de actos vandálicos y la represión policial.
Pero no sólo fue la censura a las plataformas de interacción lo que motivó la protesta de estudiantes y jóvenes, sino -como en la otra primavera, la de mayo de 1968 en Francia y después en México- el hartazgo social por un gobierno corrupto y la exigencia de empleos y más oportunidades para los universitarios.
La comunicación sólo fue el medio para convocar a un pueblo que buscaba desfogar sus frustraciones por vivir las consecuencias de votar a representantes que traicionaron a sus gobernados y sólo vieron el poder político para enriquecerse.
En México, las “benditas” redes sociales han servido a los gobiernos populistas como medio propagandístico de un proyecto político e instrumento de polarización social, divisionismo de clases, patíbulo para denostar a opositores y ciudadanos incómodos, hoguera para dar al pueblo pan y circo, culpar al pasado de los fracasos presentes, sacrificar a villanos creados desde el gobierno y satanizados por abyectos ejércitos de enfermizos fanáticos de la 4T que exigen la sangre de los “traidores a la patria”. En las redes recrean la narrativa de la posverdad.
Hasta ahora esa sobreexposición les ha funcionado, no sólo para estigmatizar a los contrarios, sino para mantener una muy alta popularidad; sin embargo, los medios sociales también pueden destruir a esos ídolos con pies de barro. Baste ver el desprestigio público que ha adquirido en el ciberespacio el expresidente tabasqueño, equiparado a un jefe de la mafia y exhibido como solapador del sexenio más corrupto en la historia del país.
A los gobernantes les debiera preocupar no sólo su imagen en los medios sociales, sino el verdadero determinismo que puede lograr el hartazgo social por el incumplimiento de las promesas de campaña, la connivencia con el crimen organizado y la evidente corrupción de los miembros de la autonombrada 4T.
El movimiento estudiantil de 1968 obligó al Estado a una apertura democrática y más participación social en las decisiones de gobierno.
Las “benditas” redes sociales pueden también despertar el hartazgo social; el uso adormilador de conciencias -a través de las dádivas gubernamentales de los programas sociales- no mantendrá para siempre la obnubilación de la gente. Nepal es una primera llamada para México.