HOJAS LIBRES
Lo hecho por AMLO está mal hecho
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2 años agoon
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Redacción
Todo un arte hace al consultar sin consultar nada y hablar sin decir nada * Si en México actuara el Congreso de la Unión, López Obrador no necesitaría ir a una consulta pública para ratificarlo o quitarlo. Sería destituido de inmediato. Concentra en su persona los atributos, todos juntos, de Bucaram, Rousseff, Kucinsky y Vizcarra
ROBERTO DOMÍNGUEZ CORTÉS
Ni Cantinflas, el gran mimo, lo pudo haber hecho mejor para consultar la Revocación de Mandato.
El pasado domingo 10 de abril se llevó a cabo la farsa denominada “Revocación de Mandato”. Se suman así a este instrumento electoral deformado las otras dos consultas faranduleras: la de cambiar el aeropuerto de Texcoco a la base militar de Santa Lucía y la mascarada para preguntar al “pueblo” si quería que se juzgara a los expresidentes.
Ni Cantinflas, el gran mimo del cine nacional, lo pudo haber hecho mejor. Consultar sin consultar nada y hablar sin decir nada, cuando que el resultado de las dos farsas lopezobradoristas estaban cantadas desde antes de instalar la primera casilla de votación.
Santa Lucía, con o sin aprobación del “pueblo”, terminaría como un remedo de aeropuerto y los expresidentes jamás alcanzarían el 40 por ciento de los sufragios para llevarlos ante la justicia.
Sólo que para los planes de López Obrador, el fracaso de la Reforma Eléctrica anuncia por anticipado su estrepitosa derrota frente al Instituto Nacional Electoral (INE). Repetidamente ha manifestado que pasada la Revocación de Mandato va a mandar una propuesta de reforma constitucional para desaparecer al INE.
En su ignorancia se ha atrevido a decir que el INE debería de formar parte de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Su propuesta es de carcajada.
Cómo pensar que el poder electoral, autónomo e independiente esté bajo el control de otro poder que ha dado muestras de sumisión, con la vergonzosa actitud de su presidente Arturo Zaldívar Lelo de Larrea.
López Obrador se va a quedar con las ganas de vengarse de su formidable oponente político-electoral: Lorenzo Córdova Vianello si el PRI cumple con la amenaza que ha dirigido a Andrés Manuel.
En voz de su presidente, Alejandro Moreno Cárdenas, ha dicho que de ninguna manera votarán por la Reforma Eléctrica. Si así es, entonces no pasará. Morena tiene apenas 198 diputados de los 334 que se necesitan para una reforma constitucional y sólo 61 senadores de los 85 para modificar la Carta Magna.
¿De dónde va a sacar 136 diputados y 24 senadores más, para ejecutar su venganza en contra de los consejeros del INE? No lo logrará. Y una vez más padecerá la derrota frente al único poder que lo ha desafiado y vencido en cada contienda enfrentada entre INE y Presidente.
Con todo y el abusivo acarreo y la impúdica dilapidación de recursos públicos para ganar la ratificación de mandato, el pasado 10 de abril puede ser el entierro definitivo de López Obrador. Para empezar, no se logró el 40 por ciento de la votación que se requería para que fuera vinculante y fue el proceso electoral más vigilado de toda la historia de México, mayor aún que cualquier elección constitucional.
Tiene ante sí a dos soberbios opositores: el Instituto Nacional Electoral y los partidos políticos. De los 11 consejeros, tres terminan su periodo constitucional en el 2024, otros tres en el 2027 y los 4 restantes hasta el 2030, razón por la cual quiere desaparecer por anticipado al INE porque todo este Consejo tendrá el privilegio y la enorme responsabilidad de preparar la elección presidencial del 2024.
En cuanto a los partidos políticos, les conviene que sigan en funciones los 11 consejeros y el INE continúe como organismo ciudadanizado en el que participan los representantes de los partidos políticos, que aun sin voto, pero con voz, les da cierto grado de control en las discusiones de Consejo General.
Dejar que cada uno de los tres Poderes nombre a 20 notables como consejeros del INE y magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, es entregar a López Obrador el control definitivo del poder electoral de reconocido prestigio en México y en el mundo. Sería la política feudalizadora de las elecciones en manos del Presidente más autoritario, centralista y destructor de las instituciones de la República.
López Obrador tendrá también la vigilancia extrema de la prensa nacional e internacional para descubrirle y denunciar todas sus trampas electorales, la de sus funcionarios públicos, la de sus lacayos gobernadores y el uso impúdico del tesoro nacional para presumir de un pueblo que no quiere que se vaya. No hay tal. Ganó su farsa de ratificación de mandato, pero a un costo muy alto: el descrédito. Como diría Pirro, rey de Epiro: “Otra victoria más como esta y estamos acabados”.
Por eso López Obrador mandó a sus huestes de mayor peso político para apoyar su candidatura de ratificación. Adán Augusto López Hernández viajó a Hermosillo, Sonora, con Luis Rodríguez Bucio, comandante de la Guardia Nacional, en un avión de la propia Guardia Nacional, para hacer proselitismo en favor de la otra campaña de López Obrador.
Con tal abyección y sumisión, López Hernández se puso de hinojos ante el jefe de la mafia de la Transformación de Cuarta: “Si tengo que renunciar para apoyar la 4T, renunciaré”. Tiene razón. Debe de renunciar al convertirse en agente electoral de López Obrador y utilizar indebidamente el peso político de la Secretaría de Gobernación para hacer proselitismo. Son actos criminales que lo convierten en delincuente.
López Hernández se puso en la hipótesis penal de los artículos 223 y 407 del Código Penal Federal que contempla y sanciona el delito de peculado y los delitos electorales, cuando que como servidor público utiliza, ilegalmente, fondos del Estado para promocionar su imagen, con aspiraciones presidenciales, y la de su superior jerárquico que intenta una reelección de facto a través de la Revocación de Mandato.
El mitin electoral de Sonora queda evidenciado todo el tiempo, con la figura de Mario Delgado siempre atrás de Adán Augusto.
Según López Hernández promueve la Cuarta Transformación por tan buenos resultados. Tiene razón. Avalan su pronunciamiento los 113 mil muertos del lopezobradorismo, cifra superior a la de Felipe Calderón y de Peña Nieto. El despilfarro de 300 mil millones de pesos anuales para mantener una imagen ficticia. El aumento del número de pobres. El nulo crecimiento económico. La caída del ingreso nacional. El desastre educativo. El imparable aumento en el precio de las gasolinas. Los más de 16 millones de mexicanos que se quedaron sin servicios de salud. El fracaso de Santa Lucía y el Tren Maya. Y las ejecuciones en Zacatecas, Michoacán, Guerrero, Sonora, Colima, acompañadas de un interminable etcétera.
Claudia Sheinbaum no se quiso quedar atrás y organizó su propio circo en ofensa de quienes reposan dentro del Monumento a la Revolución. Frente a los miles de acarreados acuñó su propio grito de guerra: “No estás solo, no estás solo”. Se trata de demostrar quién es más servil al jefe que decidirá la candidatura presidencial de Morena.
Sólo una precisión. La promoción de una Revocación de Mandato jamás viene desde el poder. Un gobernante en sus cabales no provocará su propia caída. La destitución de un Presidente de la República viene desde el poder encargado de vigilar sus excesos y corrupciones, cuando hay contrapesos reales en un país democrático.
Así sucedió en Ecuador en 1997 cuando el Congreso determinó que Abdalá Bucaram estaba mal de sus facultades mentales y fue destituido.
Lo mismo ocurrió en Brasil cuando la presidenta Dilma Rousseff terminó relevada por alterar los resultados de la cuenta pública.
Y en Perú, Pedro Pablo Kucinsky y su sucesor Martín Vizcarra fueron defenestrados por corrupción y aceptar sobornos en la contratación de la obra pública.
Si en México actuara el Congreso de la Unión, López Obrador no necesitaría ir a una consulta pública para ratificarlo o quitarlo. Sería destituido de inmediato. Concentra en su persona los atributos, todos juntos, de Bucaram, Rousseff, Kucinsky y Vizcarra. Ampliaremos…

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El movimiento morenista busca perpetuarse por encima de la voluntad ciudadana * Arturo Zaldívar, el esquirol del lopezobradorismo
ROBERTO DOMÍNGUEZ CORTÉS
Andrés Manuel López Obrador ha entrado en una etapa de desesperación por ganar, bajo cualquier circunstancia y riesgo para el país, la elección presidencial del 2024 y las nueve gubernaturas en disputa.
Sus trampas comenzaron con el plan A para apropiarse del control del Instituto Nacional Electoral y del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. No le resultó. La Suprema Corte de Justicia de la Nación le canceló sus afanes futuristas al decretar que su intento de reforma era absolutamente inconstitucional.
A través de su plan B, pretendió el control de la elección con reformas a las leyes secundarias, y de nuevo la Corte Suprema le dio un severo revés al declarar inoperantes sus intentos dictatoriales de dominar el proceso electoral del 2024.
Cínico ante la Nación amenazó con un plan C. Sin algún recato, y mucho menos con ética política, lanzó su manifiesto antidemocrático ante la ciudadanía y el electorado. “Si creen que con echar abajo el plan A y el plan B hemos perdido… se han equivocado. Tenemos todavía un plan C”.
Era el mensaje más funesto a la Nación para perpetuarse y continuar con la destrucción del país desde la cuarta regresión. Ese plan C tiene dos vertientes amenazantes. Ha dicho que la oposición jamás volverá a ganar, que el segundo lugar de las corcholatas será el presidente del Senado de la República, el tercer lugar lo tiene reservado para el liderazgo de la Cámara de Diputados y el cuarto lugar para la Secretaría de Gobernación.
Es la premonición fatal cuando desde ahora anuncia un monumental fraude electoral para perpetuar a su movimiento morenista por encima de la voluntad ciudadana.
Ningún presidente durante los 71 años del largo ciclo priísta ni durante los 12 años del panismo se atrevió a tanto: designar por anticipado a su sucesora, la tal Claudia Sheinbaum, y la conformación a su gusto de la estructura política de la República.
Parte de sus intentos golpistas, López Obrador los ha centrado en el sumiso lacayo Arturo Fernando Zaldívar Lelo de Larrea. No basta ser jurista para ser presidente del Tribunal Constitucional de la Nación. Se requiere dignidad, decoro, vergüenza profesional y lealtad a las instituciones republicanas.
Arturo Zaldívar no reúne esos requisitos cuanto que utilizó la toga para postrarse de hinojos ante un dictadorzuelo con afanes transexenales que ya desde ahora se advierten fallidos.
La primera muestra de subordinación la dio Zaldívar cuando con absoluta falta de respeto al poder que representaba se atrevió a infamar: “Hay que escuchar el mandato de las urnas”. Ello en referencia a que López Obrador había obtenido 30 millones de votos en la elección presidencial del 2018 y había que rendirle tributo. Arturo Zaldívar ejercía así una justicia militante.
Como ministro presidente de la Suprema Corte no tenía derecho a hacer un pronunciamiento en nombre de ministros, magistrados y jueces a los que no pidió permiso para decirle al señor López que él era el mandamás del Poder Judicial Federal. Este abyecto jurisconsulto habló en nombre propio y no de los 55 mil trabajadores del Poder Judicial Federal.
El segundo momento de vasallaje lo dio Arturo Zaldívar cuando López Obrador propuso prolongar el mandato de presidente de la Corte de cuatro a seis años. Era un atentado gravísimo al Artículo 97 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos: “Cada cuatro años, el Pleno elegirá de entre sus miembros al presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación”.
Acostumbrado López Obrador a “no me vengan con el cuento de que la ley es la ley” y su frase preferida “al diablo con las instituciones” pretendió pisotear la Carta Magna con un artículo segundo transitorio muy por debajo de un dispositivo constitucional que regula exactamente el tiempo de permanencia del presidente de la Corte.
Otra vez Arturo Zaldívar atentó en contra de la toga y el birrete que le fue otorgado por el Poder Ejecutivo, la representación nacional y la supremacía constitucional. Sabía Zaldívar la imposibilidad de prolongar su mandato por dos años más y jamás hizo pronunciamiento alguno al respecto.
Sometido por López Obrador apenas alcanzó a balbucear: “Esperaré a que resuelvan los señores ministros sobre la extensión de mandato”.
No Zaldívar. En un acto de dignidad jurisdiccional y republicana, lo procedente era informar a la Nación: “No puedo ser presidente por seis años, porque fui elegido por cuatro y mi Constitución Suprema lo prohíbe”. Se comportó como un vulgar esquirol de López Obrador y no como titular de otro poder sujeto a mandatos constitucionales.
Pero el acto más vergonzoso le llegó a Arturo Zaldívar cuando decidió con anticipo de un año renunciar como ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Su renuncia era absolutamente improcedente.
El Artículo 98 de la Ley Fundamental considera como renuncia sólo una causa grave y Arturo Zaldívar se exhibió como el empleado de la cuarta regresión sin existir una causa grave y mucho menos manifestar cuál era esa causa.
Cierto que la Constitución es abstracta cuando sólo esgrime causa grave, en tanto que el artículo 8 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación amplía esa causa grave: “Los ministros durarán en su encargo 15 años, salvo que sobrevenga incapacidad física o mental”. Esa causal también es muy limitada y circunscrita a sólo dos hipótesis.
Habría entonces que remitirse a los requisitos para ser ministro de la Suprema Corte contenidos en el Artículo 95 de la Carta Magna:
1.- Ser ciudadano mexicano por nacimiento. La causa grave sería que se encontrara que el ministro es extranjero.
2.- Tener 30 años cumplidos el día de la designación. La causa grave sería que tuviera menos de esa edad.
3.- Tener título profesional con diez años de antigüedad. La causa grave sería un título profesional con menos de diez años de antigüedad. Es el caso de la plagiaria delincuente Yasmín Esquivel Mossa que inconstitucionalmente ocupa el cargo de ministra al servicio de López Obrador.
4.- Gozar de buena reputación y gozar de buena fama en el concepto público. Ahí estaría la causal de la renuncia de Arturo Zaldívar cuando que no goza ni de buena reputación y menos de buena fama en el concepto público. Así lo acredita su carta de renuncia y sus actos como ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Su renuncia no puede ser más indignante y pusilánime que con los argumentos esgrimidos para abdicar de un cargo conferido hasta el 30 de noviembre de 2024 y que tenía obligación de respetar: “Me retiro porque voy a apoyar un proyecto”.
“No voy por un cargo”, aunque ya se definió por la Sheinbaum y espera retribución administrativa. “Xóchitl está nerviosa porque las encuestas no le favorecen. No puedo juzgar con imparcialidad al demostrar simpatía por una causa”.
La miseria humana de Arturo Zaldívar Lelo de Larrea llegó a su máxima expresión cuando se comprometió con el proyecto destructor de Nación de López Obrador manifestado en su carta de renuncia.
Lo grave es que esos pronunciamientos los hizo en funciones de ministro. Aun cuando haya presentado su renuncia, el Senado todavía no daba su aprobación y adherirse pública y anticipadamente a un proyecto político e ideológico al que siempre perteneció desde la clandestinidad.
Cuando Arturo Zaldívar protestó el cargo juró cumplir y hacer cumplir la Constitución por encima de cualquier interés personal o de grupo. Sabía que su compromiso era por 15 años de lealtad constitucional. Con su actitud quedará por siempre la certeza de la complicidad con López Obrador para dejarle un ministro hasta el 2038.
Queda así de manifiesto lo que siempre fue: un traidor a la administración de justicia y a las instituciones republicanas. Ampliaremos…
HOJAS LIBRES
El huracán López Obrador, más dañino que el Otis
Published
3 semanas agoon
noviembre 10, 2023By
Redacción
Lecciones de la historia en Guerrero: caída de gobernadores y enfrentamiento con el gobierno federal * No hay dinero suficiente para la reconstrucción de Acapulco, pero sí lo hay para el dispendio y la frivolidad para publicitarse y anunciar mentiras * Con la tragedia de Acapulco, AMLO ha perdido 15 puntos e indudablemente ese rechazo tendrá repercusiones nacionales imposibles de predecir al día de hoy
ROBERTO DOMÍNGUEZ CORTÉS
La tragedia de Acapulco exhibió a Andrés Manuel López Obrador de cuerpo entero. La indolencia y la irresponsabilidad son los mayores referentes de un gobierno que encubre la realidad y se esconde en la demagogia con apariencia de democracia.
La indolencia de López Obrador se hizo presente cuando después de nueve días publicó la declaratoria de emergencia.
El huracán Otis, categoría cinco, pegó en las costas de Acapulco el día 25 de octubre y fue hasta el 3 de noviembre cuando se dio cuenta que ese centro turístico necesitaba, más que actos de solidaridad y mensajes de conformidad, ayuda inmediata y efectiva.
López Obrador se tardó para acudir en defensa de la seguridad y la vida de 800 mil damnificados. Así, de ese tamaño, fue su irresponsabilidad.
La tragedia de Otis agarró a López con los dedos atrás de la puerta.
Su frivolidad para hacer un aeropuerto a donde no llegan aviones ha tenido un sobreprecio de 265 mil millones de pesos con relación al de Texcoco.
Una refinería que no refina pasó de 8 mil millones a 20 mil millones de dólares, con un incremento injustificado de 210 mil millones de pesos.
En tanto el Tren Falla (sic), rumbo al precipicio, pasó de 143 mil millones a 280 mil millones de pesos con un costo superior de 137 mil millones de pesos.
El asalto al erario nacional suma entonces 612 mil millones de pesos, sólo por exceso en los gastos presupuestados, en tanto la dilapidación total rebasa el billón de pesos.
Hasta ahora aparece la realidad cuando se gastan los dineros públicos sin alguna consideración, como si la disposición presupuestaria fuera ilimitada y se presume que siempre hay dinero disponible cuando que la realidad indica otra cosa.
Se ha calculado la reconstrucción de Acapulco entre 15 mil y 18 mil millones de dólares, algo así como 263 mil a 315 mil millones de pesos. Si se atiene a esas cifras, los 612 mil millones de pesos en sobreprecio de las tres fraudulentas obras, habría sido suficiente para reconstruir dos veces Acapulco.
Pero no, se prefirió la parafernalia y aparentar que con esas tres megaobras estaba asegurado el porvenir de los mexicanos y el desarrollo de México, cuando en realidad esos tres esperpentos representan el mayor fracaso de la obra lopezobradorista.
Los malos resultados de la política económica están a la vista. Como a López Obrador ya se le acabó el dinero y trata de aparentar salud económica, para el año 2024 se ha previsto una deuda pública de un billón 900 mil millones de pesos.
Ese endeudamiento es indicador irrefutable que la sequía a las finanzas públicas ha sido alcanzada por los pésimos manejos presupuestarios y el exceso de gastos que no tienen ni tendrán correspondencia con el ingreso y menos con el bienestar nacional.
Para mantener su clientela electoral, entre jóvenes construyendo el futuro, adultos mayores y discapacitados, López Obrador destina cada año 300 mil millones de pesos, una cantidad similar a la necesaria para la reconstrucción de Acapulco. Y con la amenaza que en 2024 esa ayuda tendrá un incremento del 20 por ciento por estar en disputa la Presidencia de la República, nueve gubernaturas y 20 mil cargos de elección popular. Se trata pues de compra descarada de votos.
De ese tamaño es la deshonestidad de López Obrador, célebre por su ridícula y desgastada perorata de no mentir, no robar y no traicionar. Se acabó esa demagogia.
Los gobiernos morenistas empezando por el nacional, son más mentirosos, más ladrones y más traidores que todos sus predecesores priístas y panistas.
Ahora, en un acto desesperado y abusivo, López Obrador trata de apropiarse ilegalmente de dineros que legítimamente le pertenecen a otras instituciones. Quiere rapiñar los 15 mil millones de pesos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y dejar a la deriva 55 mil trabajadores que han ahorrado durante 10, 20 y 30 años para tener un retiro que les dé certeza de una vida tranquila y sin sobresaltos.
También quiere apropiarse ilegalmente de los 26 mil millones que le pertenecen a los órganos autónomos, para compensar la desaparición (robo) de los 18 mil millones de pesos del Fonden, sin que se haya conocido su destino, aun cuando puede inferirse se encuentran en el AIFA, el Tren Falla (sic), la refinería Dos Bocas y los bolsillos de más de uno de sus colaboradores como ocurrió con Segalmex.
Su planecito de emergencia de 61 mil millones de pesos para la reconstrucción del puerto es vergonzosa y una ofensa para el pueblo de Acapulco. Con una población de 800 mil habitantes, tocaría a cada uno apenas 75 mil pesos, cuando la realidad demuestra que han perdido todo y no alcanzará ni para repellar una casa.
Acapulco representa, o representaba, el 80 por ciento de la economía de Guerrero, y en esa proporción hay que dimensionar la ayuda humanitaria y no con paliativos que en poco o nada mejorarán la condición infrahumana en que hoy se debaten los damnificados.
Esos 61 mil millones de pesos apenas representan el nueve por ciento de los 612 mil millones de pesos del exceso en el gasto de sus obras que se dirigen hacia ninguna parte.
Al día de hoy Dos Bocas se encuentra totalmente inundada, señal inequívoca de que es un fracaso anunciado.
El huracán López Obrador ha resultado más dañino que el Otis. No hay dinero suficiente para la reconstrucción, pero sí lo hay para el dispendio y la frivolidad para publicitarse y anunciar mentiras.
López Obrador, que se ufana de ser historiador, no debe olvidar las lecciones del estado de Guerrero a la nación. Esta entidad siempre ha sido un pueblo guerrero que le viene de estirpe del libertador Vicente Guerrero al cual debe su nombre. Varios acontecimientos así lo confirman.
En octubre de 1960 los estudiantes de la Universidad de Guerrero demandaban al general Raúl Caballero Aburto, gobernador del estado, la autonomía de la institución.
La huelga culminó con el asesinato de varios estudiantes en la plaza principal de Chilpancingo, lo que llevaría al mandatario a renunciar en enero de 1961.
No hay que olvidar tampoco que la Guerra Sucia de los años 70 dio severos reveses a los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo.
Lucio Cabañas, Genaro Vázquez y Carmelo Cortés encabezaron una lucha interminable desde el partido de los pobres en contra del Gobierno de la República.
Ante esos acontecimientos el gobernador Israel Nogueda Otero fue destinatario de la desaparición de poderes por enfrentamiento con ejidatarios de Alta Icacos, precisamente en Acapulco, por fraude en la venta de terrenos inexistentes.
La matanza de Aguas Blancas, en junio de 1995, fue otro evento que culminó con la caída del gobernador Rubén Figueroa Alcocer, heredero de las trapacerías de su padre, Rubén Figueroa Figueroa, el legendario Tigre de Huitzuco.
Tocó el turno a Ángel Aguirre Rivero, al renunciar en octubre de 2014 por los trágicos acontecimientos de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa.
Paradójicamente, Aguirre Rivero sustituyó a Rubén Figueroa y después hubo de renunciar por la matanza de Aguas Blancas.
Todo esto confirma las peleas legendarias de los bravos guerrerenses contra gobiernos autoritarios, represores, irresponsables y asesinos.
López Obrador no debe olvidar que a raíz de la matanza de Aguas Blancas, apareció el Ejército Popular Revolucionario y que Lucio Cabañas egresó de la Normal Rural de Ayotzinapa, líder icónico en los tiempos de la Guerra Sucia.
Por lo pronto, con la tragedia de Acapulco, López Obrador ha perdido 15 puntos e indudablemente ese rechazo tendrá repercusiones nacionales imposibles de predecir al día de hoy.
Bajo esas circunstancias Guerrero, sobre todo Acapulco, tendrá enorme peso electoral en el país para 2024 y de lo cual ya ha sido advertido el señor López por los abandonados damnificados. Ampliaremos…

La irresponsabilidad de un gobierno más preocupado por defender los fracasos de la 4T que la vida en juego de cientos, de miles de mexicanos * El Presidente prefirió el circo y el histrionismo para aparentar el tan pregonado humanismo social que jamás ha practicado y tampoco siente
ROBERTO DOMÍNGUEZ CORTÉS
La catástrofe de Acapulco, el tradicional centro turístico mexicano, dejó la lamentable experiencia de ausencia de Estado, la indolencia, la corrupción, la inepcia de los gobiernos de Andrés Manuel López Obrador y de ese monumento a la frivolidad y la incompetencia llamada Evelyn Salgado Pineda.
La noches del martes 24 para el miércoles 25 de octubre anterior, el huracán Otis, categoría cinco, azotó las costas de Acapulco y destruyó la infraestructura aeroportuaria, carretera, restaurantera y hotelera.
Después de cinco días la ayuda humanitaria no llegaba. La indolencia del gobierno de López Obrador y de Evelyn Salgado fue tan evidente que los residentes de varias colonias de Acapulco los llevaron a exhibir la miseria humana del que se dice Presidente de México y gobernadora del estado.
Con infinito coraje y desesperación clamaban: “Que venga el hijo de la chingada a ver estos destrozos”, “que se baje del helicóptero con su guayabera este cabrón para que se enfrente a la realidad”. Otra mujer amenazaba: “Estamos en época de elecciones y se la vamos a cobrar. Estoy emputadísima por la falta de ayuda. Vean estos destrozos. No tenemos agua, comida, ni ley”.
Rememoraron que cuando “el huracán Paulina azotó las costas de Oaxaca y Acapulco, inmediatamente aquí estuvo el Presidente de la República”, a diferencia del ausente López Obrador.
Los habitantes guerrerenses se referían al 7 de octubre de 1997 cuando Ernesto Zedillo era el presidente de México. El mismo que ordenó entregar a López Obrador su constancia de mayoría para que pudiera ser jefe del Departamento del Distrito Federal. Las trampas y argucias de siempre del Peje para finalmente asaltar la Presidencia de la República.
Ni el plan DN-III funcionó como tradicionalmente ocurrió en los gobiernos priístas y panistas. La presencia del Ejército era inmediata y de resultados.
Hoy la lentitud con que se actuó demuestra la irresponsabilidad de un gobierno más preocupado por defender los fracasos de la Cuarta Transformación que la vida en juego de cientos, de miles de mexicanos.
En un escenario inventado para aparentar preocupación y arrojo, López Obrador recurrió al cuento de que el jeep en que viajaba se atascó. Y para completar la farsa se bajó y caminó ridículamente entre los lodazales.
La farsa está a la vista. Aun cuando ya no existe el Estado Mayor Presidencial, el sustituto tiene todos los instrumentos a su alcance para preservar la seguridad presidencial. Por dónde va a pasar y hacia dónde se dirige. Las condiciones climáticas y geográficas del terreno. Los peligros y obstáculos que puede haber en el trayecto. Todo eso se sabía y aun así se continuó con la comedia.
Lo bueno es que quedó como el payasito de la tele, pues tenía la opción de transportarse por aire para mayor seguridad y más rapidez, en coordinar y ordenar la agenda humanitaria inmediata. Pero no. Prefirió el circo y el histrionismo para aparentar el tan pregonado humanismo social que jamás ha practicado y tampoco siente.
Lo cierto es que no se sabe si llegó o no a Acapulco y todo fue un montaje como los acostumbrados siempre del lopezobradorismo.
La ausencia del Ejército y desde luego del Estado, contrasta con los 32 mil efectivos destinados a la persecución permanente de los migrantes que llegan al territorio nacional para cumplir el compromiso con Estados Unidos de no dejarlos llegar a la Unión Americana.
Contrasta también con los 20 mil soldados enviados a Tulum, Quintana Roo, para la construcción de un hotel al lado de un aeropuerto que no existe. ¿Qué hace el Ejército dedicado a construir aeropuertos, trenecitos de fantasía, controlar aduanas, repartir libros y vacunas? en vez de ayudar a un pueblo en ruinas. Es la corrupción a la milicia para asegurar la docilidad de las Fuerzas Armadas.
Mientras eso ocurre, Acapulco se desangraba y los muertos aparecían, mientras los desaparecidos no aparecen por ningún lado, en un territorio donde por primera vez el plan DNIII resultó un fracaso. Ello puso en evidencia la incapacidad del Ejército para enfrentar y controlar los actos de rapiña perpetrados por la población y la delincuencia organizada.
Las imágenes son patéticas. Más allá de los alimentos y artículos de primera necesidad para satisfacer lo elemental del ser humano, “el pueblo” se dedicó a robar en todas las tiendas de conveniencia. El saqueo de aparatos eléctricos, televisores, estufas, refrigeradores, aceites para motor, y todo cuanto encontraron en el camino, evidenciaron que el Ejército y la Guardia Nacional no tuvieron el mínimo control sobre una población desbordada y dedicada a rapiñar.
Mitómano y sin sentido del honor, López asumió su propia defensa desde sus catilinarias mal estructuradas de las Mañaneras. Con pésima sintaxis, sin la prosodia que caracteriza el tono superior de los discursos y con faltas de ortografía oral, fustigó a los medios conservadores, chayoteros y viles por difundir mentiras sobre la trágica y evidente verdad de Acapulco.
Vileza es ocultar la verdad y tratar de imponer una verdad única e inexistente. Ahí están las imágenes del desastre. Carente de ética política y de dignidad humana asegura que 26 muertos (los del principio) no son muchos.
Se excede cuando en una comparación poco afortunada, destacó que el huracán Katrina de Nuevo Orleans dejó 2 mil muertos y no se hizo tanto escándalo. Y para ocultar su responsabilidad, en la Mañanera profirió un insulto mayúsculo a los mártires de Acapulco: “¿43 muertos? No nos fue tan mal”. Lamentable expresión de un comediante con farsas humanistas.
Tiene razón el senador Javier Lozano Alarcón, cuando califica de miserable al señor López. En vez de preocuparse por los damnificados de Acapulco, en una de sus viles Mañaneras, se regodea al presumir su popularidad en el mundo como el segundo presidentito mejor calificado. Ningún Presidente ha llegado a tanto para proferir una expresión tan imbécil y en momento tan inoportuno.
Ventajoso y aprovechado de la tragedia humana urge a la Suprema Corte de Justicia de la Nación para que entregue los 15 mil millones de pesos de sus fideicomisos para ayuda de los damnificados.
La ministra presidenta Norma Lucía Piña aceptó el reto más que petición respetuosa. Propuso reglas claras para el reparto de esos 15 mil millones de pesos ante los evidentes hechos de que los bandidos de la Cuarta Transformación podrían robarse los dineros que pertenecen al trabajo diario de los 55 mil trabajadores del Poder Judicial de la Federación.
Mejor debería rescatar parte del casi un billón de pesos que han costado sus tres obras fantasmas destinadas al fracaso y al precipicio. Así como también obligar a devolver los 15 mil millones de pesos del fraude de Sedalmex con cargo al delincuente Ignacio Valle Fernández.
Bastaría con que se devuelvan los 485 mil millones de pesos del Insabi para proporcionar una ayuda certera y de gran magnitud a los damnificados de Acapulco, en vez de continuar con su perorata de tratar de desprestigiar a la Suprema Corte, cuando que el desprestigiado se llama Andrés Manuel López Obrador.
Evelyn Salgado Pineda es otro de los retratos de la corruptela de la cuarta regresión. Jamás apareció durante la conflagración, y cuando lo hizo se dedicó a exaltar virtudes de López Obrador que no tiene. Lo llamó humanista, gran gobernante y preocupado por el bienestar de la gente. Los hechos demuestran lo contrario.
Ausente de sus responsabilidades como desgobernadora del estado de Guerrero, es una vergüenza y un insulto para los guerrerenses. Su talante ridículo le viene de estirpe. Es hija del delincuente acusado de violación Félix Salgado Macedonio. Ampliaremos…
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